Educación

Numeroso grupo de niños de la Graduada

Tras la ventana de la clase,
donde rezonga el árbol viejo,
reíanles los ojos, grandes
como luceros de alborotos
en su cara redonda de luna.
( Del poema “ El parvulito “ )


 

 


En la segunda mitad de esta vigésima centuria que ya agoniza, ha recuperado Gáldar, el privilegiado papel de sede principal de los confines del noroeste isleño. No solo por el esplendoroso desarrollo económico, sino también por la plenitud de logrados anhelos auspiciados por el despertar de una sociedad con inquietudes distintas, convencida solidariamente de que el analfabetismo es la más insalvable de las barreras para la consecución de mañanas mejores. Lejos están ya los tiempos en que los residenciados en aquella Gáldar de principios del XVI no tenían más preocupaciones que las de romper la tierra, cultivada y levantar casas y hacienda con el esfuerzo de todos los brazos, sin distinción de edad y sexo, sin mas atisbos de instrucción que la religiosa y la doméstica en el propio seno de la familia.

Con el convento que fundaran los padres franciscanos en la Vega, allá por el año 1520 y bajo advocación de San Antonio de Padua, surge el primer centro en la comarca dedicado a la formación de novicios y jóvenes. La celebridad que alcanzara la enseñanza allí impartida traspasó fronteras, alargándose la inconmensurable labor hasta las primeras décadas del XIX en que por ruinoso fue demolido el edificio.

Hasta que la Instrucción Pública no estuvo encuadrada en los Presupuestos del Estado e incluso figurando ya en ella, bien entrados muchos años de este siglo XX, la tarea de enseñar fue siempre un arriesgado navegar en medio de las grandes dificultades. A la tradicional intransigencia de los padres para prescindir de la ayuda de los hijos, dedicados al trabajo desde la más temprana edad, la extensión del municipio y la diseminación de los pagos y caseríos, las enormes distancias a las escasas escuelas, ubicadas siempre en el casco de la población y cerradas no pocas veces por la falta de maestros o idóneos que las sirvieran, había de añadirse la penuria de medios y pobreza de aquellos Ayuntamientos a cuyo cargo estaba el mantenimiento de la escuela y su maestro, careciendo como el de Gáldar, siquiera de un modesto edificio propio donde cobijarse y no tener que peregrinar por los domicilios de sus ediles para celebrar las sesiones primarias. Y si los únicos ingresos en las arcas municipales eran a veces los que provenían del chorro de la Cuarta del Agua y los de la Instrucción Pública eran generados por las tierras de Pico Viento y las suertes de Amagro, no es de extrañar que los emolumentos de los docentes se satisfacieran en especie, siendo lo más corriente las veinte fanegas de trigo anuales en vez de doblones, escudos, maravedíes, pesos o reales de vellón. En días más recientes, tiempos ya de duros y pesetas, desventurados maestros y maestras de las entonces distantes medianías, se vieron en la necesidad de renunciar a su trabajo al permanecer años enteros sin percibir un solo céntimo.

Esta falta de medios económicos, de escuelas y enseñantes, fue suplida, afortunadamente, por las numerosas escuelas privadas o de pago a cargo de particulares y las gratuitas que prodigaron los desvelos de algunos curas-beneficiados de la iglesia del Señor Santiago. Dentro de esta iniciativa privada, fue lastimosa la pérdida de uno de los más hermosos proyectos que en materia educativa fuérale ofrecido a este pueblo. Su mecenas, no podía ser otro que el inefable Esteban Ruiz de Quesada. Enfermo e imposibilitado por la ceguera, corriendo los últimos años de su larga vida y del siglo XVIII, en agradecimiento a la Divina Providencia por los cuantiosos beneficios recibidos y cristianamente compadecido de las necesidades que padecía el vecindario, instituyó, dotándola con el quinto de todos sus bienes, una Colegiata-Asilo para acogida y formación de niñas y jóvenes. Su muerte, la codicia de sus herederos y posiblemente la tibieza de los eclesiásticos, después de largo y costoso litigio ante los Tribunales de Justicia, dieron al traste tan importante proyecto.

Fueron los años cuarenta del XIX más que florecientes. Se contabilizaron más de cuatrocientos telares, dos fábricas de sombreros, una de fabricación de velas para barcos, activa carpintería de ribera en Caleta de Arriba, huertas de variados frutales y parrales por dondequiera. Había entonces dos escuelas de primeras letras de niños y tres de niñas. Una escuela era la pública con once niños, cuyo director había de sufrir un previo examen, casi siempre en la ermita de Santa Lucía, recibiendo su sueldo de la Cuarta del Agua y estando la escuela en una dependencia de la Iglesia, en la calle Guanarteme. La otra, llamada de los marinos, instituida por el Comandante de Marina para los hijos de los hombres de la mar, tenía una matrícula de sesenta niños, pues el maestro, además de servirla gratuitamente, admitía cuantos muchachos se presentaran. Las escuelas de niñas contaban con cincuenta, veintiséis y siete alumnas respectivamente.

En aquella época ya ejercía como maestro D. Francisco Antonio Guillen del Toro, natural de Santa Brígida, cuya larga y fructífera dedicación a la niñez y a la población, a veces con ribetes de heroicidad, como ocurriera en los días del cólera morbo de 1851, mereciera fuera declarado Benefactor de Gáldar. Sensible manualista, agrimensor, sanitario, ingenioso pirotécnico, vendedor de libros, conocedor de la contabilidad y la jurisprudencia, fue requerido constantemente por el vecindario y denunciado por abandonar la escuela para hacer urgentes sangrías y curas. Viéndose imposibilitado para atender por si solo sus casi noventa alumnos, solicitó la creación de una ayudantía que fue remunerada con treinta pesos.

La fundación de la Sociedad de Fomento, Instrucción y Recreo, precedente del Casino actual y su predisposición a que no solo los socios sino cualquier ciudadano accediera a la biblioteca y lectura de revistas y periódicos, determina un cambio de mentalidad de muchos padres, favorecida también tal postura por la construcción del pequeño teatro, escenario de los más variados eventos culturales. Y tal vez avergonzadas por la notoria ignorancia de la juventud, no pocas personas, con ciertos conocimientos básicos, se prestaron altruistamente a dar clases al tiempo que un grupo de once personas pedían la creación de una escuela nocturna, nombrándose para ella a un alumno que acababa de examinarse para maestro, gracias a la ayuda del Ayuntamiento que en muchas épocas acordó costear los estudios en La Laguna a los futuros enseñantes.

En los últimos años del siglo XIX y hasta el primer tercio del XX, se hace entrañable en Gáldar la figura de D. Francisco Guillen Morales. Llegado a la escuela en 1884 para sustituir a su cuñado D. Rodrigo de la Puerta, nombrado Inspector en Santa Cruz, fue el hijo del ínclito Guillen del Toro, con sus dotes especiales para enseñar, una de las personalidades más brillantes de la docencia canaria, condecorado por el Gobierno de la Nación y nombrado Hijo Predilecto de Gáldar.

Un notable acontecimiento abre esperanzador el presente siglo XX. La filantropía del sacerdote catalán Vicente Matamala y la pronta disposición de los galdense a “ arrimar el hombro y el bolsillo “, hacen posible la Casa Asilo de la Sagrada Familia de las Siervas de Jesús Sacramentado. Se hallaba la meritoria institución en la calle de la Barbada, hoy de Guillen Morales y el recinto que ocupa el Colegio Fernando Guanarteme. Hasta 1919, año del cierre y regreso de la congregación a la Argentina por la muerte de su protector y la falta de medios para sostener la enseñanza de las niñas de casi toda la comarca en régimen de caridad, la labor educativa de las religiosas dejó una huella imborrable y largamente recordada.

Con la aparición de nuevos cultivos, muchas familias empiezan a gozar de un desahogado bienestar que dará paso al despertar de otras inquietudes y anhelos de cultura para los suyos, acudiendo a los Institutos, Escuelas Normales y a la Universidad los primeros jóvenes de Gáldar. Se pide la creación de una Escuela de Artes y Oficios y en las calles más céntricas, el alboroto infantil pone una nota de alegría, pasadas las aulas del Teatro a Guanarteme y Guaires, Santiago y Algirofe, Drago y el Moral, al tiempo que en los pagos de las medianías se van haciendo realidad, como otrora sucediera con ermitas e iglesias, las deseadas unitarias de Caideros, Juncalillo, San Isidro, Taya y Marmolejos. Con todas ellas, las escuelitas del Cura Sánchez Dávila, Domingo Hernández, Angel Quesada, Camila Pérez y muchos más.

Las escuelas son declaradas graduadas y al comprar el Ayuntamiento en 1922 el edificio dejado por las religiosas en 19.300 ptas., pasan allí las unidades diseminadas en distintas casas del pueblo, siendo por tanto el primer centro educativo de este siglo, importante por sus dimensiones y concentración de alumnos.

Trece escuelas funcionaban en 1932 en todo el término municipal. La influencia de los prestigiosos maestros de los preámbulos de la Guerra Civil, Guillen Morales, D. Baltasar Espinosa, D. Juan Rodríguez, luego Inspector, D. Valentín Gómez, D. Bartolomé Febles, D. Mariano Alemán, Dña. Adolfina, Dña. Juana Lorenzo y los D. Juan Quesada, el Rvdo. Antonio López, D. Pedro Quevedo, el matrimonio Cambres y algunos más, desde sus escuelas privadas, cuajaron las primeras hornadas de jóvenes en los estudios superiores.

Después la guerra. Con ella se perdieron vidas jóvenes y viejas ilusiones. Unos siguieron, otros sufrieron cárcel, la injusta depuración o lo perdieron todo, incluso la patria. Pero los niños seguían llenando La Graduada, la casa de Remedito, de Merceditas y Carmelita, de D. Pedro Quevedo y D. José Sánchez, D. Fernando y Dña. Paca, el salón de Luis Vives, de D. Diego Trujillo el maestro-alcalde, Dña. Guillermina Ramos, D. Juan Quesada, Plácido Suarez o Pancho Pérez en Barrial. Y surgió el milagro del Cardenal Cisneros, de nuevo las Siervas de Jesús Sacramentado, el Saulo Torón, la Educación Profesional, el Conservatorio de Música, la Casa de Oficios, la Universidad de Verano y el Aula Jurídica.

Gáldar tiene hoy bien cubierta sus necesidades educativas con los modernos centros públicos levantados en sus cuatro puntos cardinales, dotados de excelentes profesores y material preciso para una enseñanza de calidad, parte esencial de ese pujante bienestar que corre desde el mar hasta los pinares. Más, no debe echarse en olvido, aunque solo sea por nostálgica gratitud a quienes supieron dejar en buena tierra tan buenas raíces. A los maestros y maestras de la escuela de ayer, los que tantos sacrificios y penurias acallaron en nombre del deber cumplido, del más amoroso de los menesteres: el de enseñar. Ellos son los maestros estrellas, únicos por especiales, de la escuela vieja y con goteras, del frío y del calor, de los destartalados pupitres, del pizarrín y la enciclopedia, del palillero y la tinta preparada, del bulto de tela, de la alpargata y pies descalzos. Maestros y maestras del hambre andariega, siempre pulcros, orfebres de la caligrafía y reglas ortográficas, los que como Ramón y Cajal sabían que el verdadero mal de España está en los ríos que se pierden en la mar y en los talentos que se pierden en la ignorancia.