La Plaza

Romántica viñeta de la plaza pasados los años 20 del siglo XX.

Entrañable ferial de la añoranza
en verde fantasía de laurel,
donde hila lento el tiempo la memoria
de dichas y tristezas a la vez
( Del poema La Plaza )


No ha venido a menos con el paso del tiempo, la singular belleza del incomparable marco que conforman la iglesia, la plaza y sus aledaños. Declarado conjunto histórico – artístico, es el más emblemático testimonio de aquel recinto privilegiado en el que fuera escrita la primera historia de la Isla y donde se hiciera hiedra trepadora, después , la Villa campesina y marinera de tantos siglos y la opulenta urbe de la presente centuria.
Dentro o fuera del medio insular, no son muchas las plazas o alamedas que superen en hermosura a la de Santiago de Gáldar. Amplia y entrañablemente apacible bajo la frondosidad de los laureles, rezuma por los cuatro costados de su romántica simetría el mágico embrujo con que la nostalgia memoriza las grandezas y miserias del pasado, el cotidiano acaecer de la siempre señorial ciudad de los guanartemes.

A los mismísimos finales del siglo XV se remonta el pequeño solar que, decenas de metros arriba o abajo, fuera precedente del que hoy ocupa la plaza mayor de Gáldar y al que ningún dato fiable lo identifica con la plaza redonda, cercada de ancha pared de piedra, en la que los canarios hacían ciertos juegos y aplicaban justicia a los delincuentes, en cuya existencia a un lado de Gáldar y en la parte donde se pone el sol, coinciden los cronistas Cedeño y el licenciado López de Ulloa en sus referencias al episodio protagonizado por el portugués Diego de Silva. Ni probablemente con aquella citada en la Crónica Lacunense y por Viera y Clavijo con motivo de verse juntos hasta ochenta caballeros en “ una plaza de Gáldar “. O siquiera con la que hasta mediados del XVIII era llamada plaza de la Carnicería, situada al lado de la Audiencia vieja y el Camino Real.

No era otro aquel primer entorno que el elegido y bendecido para inhumar en él a los descalabrados de Ajódar. Donde no lejos, se hallaba , nueve varas a la parte del sur del templo actual, la casa canaria pintada o palacio del guanarteme en la que, concluida la Conquista y en tanto se levantaba la primera iglesia, eran oficiados los servicios religiosos. Acabada la fábrica de este primitivo santuario en 1486, puesto bajo el patrocinio del Apóstol Santiago, quedó el recinto que lo rodeaba como “ plaza de la iglesia “, de la que también tomará la denominación años después. De tierra blanquecina, como propia del pie de la Montaña, redonda y con una gran cruz de tea en el centro y en cuyas cercanías surgieron las ermitas de San Pedro Mártir y la de Santa Lucia de Pedro el Rey, amén de los primeros edificios, fue desde sus primeros instantes el centro vital de la incipiente Villa y el escenario de todos los eventos, administrativos, políticos, públicos, religiosos y culturales. A simple toques de campanas o de rebato fueron convocados los vecinos en la plaza ora por los Bandos fijados en la puerta de la iglesia, ora por la defensa de la Isla. Ella fue mudo testigo de la magna y solidaria concentración de 1526 para protestar el nombramiento de alcalde en Santa María de Guía. Y de la famosa asonada contra el Cabildo al negarse el pueblo a pagar los réditos por los sitios que concediera la capitalina Corporación. De las fiestas, comedias, danzas y loas con que fueron agasajados obispos y corregidores, espectadores privilegiados desde la “ casa del balcón de la plaza “, que mandara construir el doctor Carrillo. Del bullicio dominguero y días festivos en razón de la corta capacidad del templo o de los concurridos mercadillo, de la incomprensible desidia que llevara a la desaparición el viejo palacio de los guanartemes.

El proyecto de ensanchar la primitiva iglesia que edificaran los conquistadores de Gran Canaria residenciados en Gáldar, fue sustituido por el que diera paso al suntuoso templo actual, preciada joya del patrimonio artístico de las Islas. Y cuando por la necesidad de aprovechar sus maderas fue demolida la iglesia vieja en 1824, después de trescientos treinta y ocho años de uso parroquial, quedo llano y amplio, delante del frontis del nuevo templo de Santiago, el recinto sobre el que hoy se asienta la sin igual plaza mayor de Gáldar

Vivía Gáldar en la década de los años treinta del XIX, la euforia de su titulo de Cabeza de Partido. Y estrenaba en 1837 su primer Juez del Juzgado, D. Jacinto Bravo, miembro de conocidas familias de la ciudad de Las Palmas y persona de refinada sensibilidad a quien se debe el primer intento de construir la plaza. En Octubre del mencionado año propone a la Corporación Municipal hacer una alameda al estilo de las existentes en las ciudades peninsulares, ofreciéndose él mismo a dirigir la plantación de los álamos negros que pensaba traer de Teror Muy poco duró tan loable proyecto. A la perdida de los árboles añadióse el que el terreno quedara lleno de hoyos con el consiguiente peligro para los transeúntes nocturnos. Tanto en este fallido intento como en el empedrado de la plaza, poco después, fueron graciosamente populares los incidentes protagonizados por el Beneficiado de la iglesia de Santiago y la Alcaldía con los socarrones vecinos. Uno, imponiendo como penitencia el riego de los árboles y otra, obligando a traer “ tres cerones de callaos “ so pena de no disfrutar del Chorro de la Cuarta de Agua, en cuya posesión y provecho, andaba la población desde el lejano año de 1483.

Habrá de ser un hecho causal en 1863, el que de paso a la actual estructura cuadrangular de la plaza. Hecho originado en la petición que hace a la Corporación Municipal el vecino de Agaete D. José Betancourt y Reina, para que “ le sea cedido, por yermo e inútil, un solar que se halla al costado de la iglesia “. A pesar de la oposición de los vecinos le es vendido, “ pues iba a ser un edificio de dos plantas y que por ser el único, habría de hermosear la soledad del templo parroquial por ese lado”, edificio que hoy ocupa las Siervas de Jesús Sacramentado.

Los dimes y diretes entre la Junta de Gobierno del municipio y los vecinos opuestos a la cesión del terreno, hace que intervenga el Gobernador de la Provincia, exigiendo se levante un plano con calles y plaza, estableciéndose así, por primera vez, los límites de la misma. Tomando como referencia las más hermosas plazas tinerfeñas, se inician los trabajos, plantándose en 1869 una variedad de plátanos traídos de Valencia y más tarde , 1872, los frondosos laureles de Indias que todavía perduran. La penuria de medios económicos y la lentitud con que se ejecutan las obras, llevan a la Junta Directiva de la Cuarta de Agua a sustituir a la comisión nombrada, asumiendo la dirección y los gastos “ por no compartir con nadie la gloria de tan loable e importante proyecto “.

En 1881 se proyecta el vallado con lanzas de hierro y las puertas, completándose el ajardinamiento con plantación de rosales y los cuatro pinos reales o araucarias en el otoño de 1887, realzando la elegante simetría la colocación de la fuente, hecha en cantería de Arucas y blanco, en no pocas ocasiones, de determinados individuos de la Corporación, empeñados en sustituirla por un quiosco, cuya planta superior estaría destinada a las actuaciones de la Banda de Música.

Llamada de diferentes maneras, Plaza de la Constitución, de la República, Alameda de León y Castillo y el más duradero y tradicional de Santiago, la plaza mayor de Gáldar y en el decir del erudito López García, “ condensa en sus inmediaciones a los poderes tanto civiles como eclesiásticos, siguiendo el modelo medieval. De corte romántico expresa en su arquitectura un riguroso clasisismo. De planta cuadrada con alternancia de pedestales en cantería de Gáldar, formando el interior tres paseos, uno exterior cuadrangular y dos interiores circulares adaptados por la jardinería y la fuente central que da como elemento escultórico carácter al conjunto “.

Ha sido la plaza de Santiago, antes y después, entrañable recinto de vivencias. De nostálgica concurrencia masiva y engalanada en los días grandes de Semana Santa y en la patronales fiestas del Señor Santiago. O en los añorados “ alumbrados “ de Mayo y los paseos domingueros, las tocatas de la Banda en las tibias noches de verano, presagio ya de farolillos y verbenas.