La Iglesia

Nave Central del Templo de Santiago Apóstol

“ Era una tarde de Abril
aquella del Jueves Santo.
Por la arena de la plaza,
a la iglesia de Santiago,
cruza dolorido el Cristo
de Juan de Vega el Indiano “
( Del poema “ El Cristo de Indias “ )

 


Data de 1846 la primera iglesia construida en Gáldar, según fuera informado el Licenciado Fernán González de la Costa, Visitador General de la Diócesis, en 1556. Puesta desde los primeros momentos bajo la tutela del Apóstol Santiago, estaba formada por un cañón de veintiséis varas de largo, trece de ancho y seis de alto sus paredes, sin el alzado que formaba el ochavo del techo de madera de palma y con una sola puerta. Dotada con todos los diezmos desde el barranco de Lairaga, poseía además la vieja torre de piedra, numerosas suertes de tierra y algunas casas antiguas de canarios, entre ellas la más notable, el palacio pintado de los Guanartemes. Fue con la de Las Palmas y Telde, una en que quedara dividida la Cura Animarum de la isla, visitada por primera vez en 1506.

El altar mayor era de piedra y en él estaba la imagen de bulto del Señor Santiago en traje de peregrino, con un tabernáculo de madera en el que estaban pintados San Telmo, San Antonio y el propio Apóstol. Encima del tabernáculo había una imagen de Ntra. Sra. con los doce apóstoles pintados en un lienzo a pincel. A la derecha había otro altar con la imagen de San Miguel dorada, en cuyo tabernáculo estaban pintadas Santa Catalina y Santa Bárbara, teniendo una dotación de seis dobles y el vínculo del parral con medio día de agua del desaparecido “ cercado de San Miguel “, dejado por Juan de Soria y su mujer María González.

Por la parte izquierda se hallaba el altar fundado por Juan Rodríguez de Lucena, de la advocación de Ntra. Sra. de la Concepción. En él estaban Ntra. Sra, de bulto, dorada, con su hijo en brazos, con corona y media luna a sus pies y pintados en el tabernáculo la Salutación de Ntra. Sra., San Joaquín, Santa Ana, La Encarnación y el Nacimiento. Dícese que esta imagen fue la primera que trajeron los conquistadores. Estos altares estaban en medio de la iglesia.

Tenía también la dicha iglesia una capilla de ocho varas en cuadro y del mismo alto del techo, mandada a hacer por Maciot de Betancourt el Viejo y Luisa de Bentancourt, su mujer y en años anteriores Tenesoya Vidiña. Esta capilla estaba dedicada a Santa Ana. Tenía un retablo con Santa Ana y Ntra. Sra., y encima Dios Padre y el Espíritu Santo con el Rey David y San Gregorio a los lados además de pintados en las tablas, profetas, ángeles y obispos.

En la conocida pila verde de cerámica vidriada, traída por Pedro de Vera, recibieron el bautismo generaciones enteras, descendientes de aquellas linajudas familias que aquí recibieron sepultura y gozaron bancos de privilegio.

En febrero de 1557, el antes citado Fernán González ordena sea restaurada la iglesia por “ estar vieja, caduca y destruida “ debido a ser el enmaderamiento de madera vieja de palma y podrida, las paredes muy bajas y sin soporte el cuerpo de la iglesia.

Acabadas las obras dirigidas por Diego Ortíz, paulatinamente la iglesia va experimentando mejoras a la vez que aumenta la entrada de ornamentos e imágenes. Se hacen la capilla de Santiago y un altar de Ntra. Sra., se puso el piso nuevo traído de Guía, se hacen el campanario y la sacristía y como está maltratada la talla de Santiago, se compra la ecuestre que se venera todavía hoy. Se crean cofradías como la del Santísimo Sacramento o de La Sangre y en sus visitas dejan notas laudatorias prelados y corregidores en los más de doscientos años que sirviera de santuario. Alcanzó este templo, con la capilla de la Santísima Trinidad que mandara a hacer el Canónigo Verde de Aguilar en el XVII, cuando fuera Beneficiado y la de San Miguel del Capitán Quesada en el XVIII, unas cuarenta y siete varas.

El aumento que había experimentado la población por el año 1752, determinó que el Ayuntamiento convocase a Cabildo al vecindario para ensanchar la iglesia, pues en los días festivos muchos fieles se quedaban sin misa por la cortedad del templo. Asignose a esta obra una renta anual de siete fanegás de trigo de ciertos terrenos del común al tiempo que grupos de personas salieron pidiendo de puerta en puerta. Pero el acuerdo de acometer la obra quedó sin efecto al ser sustituido por un proyecto más grandioso, edificar un nuevo templo con toda magnificencia.

Ante la penuria de los medios, los vecinos se obligan ante escribano público a contribuir, mientras durase la obra, con un décimo de todos los frutos de trigo, millo y cebada de sus heredades, propias o de medias. Así, púsose en marcha la empresa con el entusiasmo del pueblo y del lagunero Gerónimo Roo, deán de la Santa Iglesia Catedral. El obispo Servera, a instancias de su deán, recomienda para los planos al arquitecto de La Laguna, militar y constructor que había trazado los de la Concepción, Antonio José Eduardo y Villareal. Este entrega los planos a su hermano Diego, servidor en la Iglesia Catedral, que se limitará a dirigir la obra con ayuda del alarife oratovense Patricio García.

El 23 de Mayo de 1778, día en que celebra la iglesia la aparición del cuerpo del Apóstol, después de la misa solemne, con el clero, justicia y pueblo, se coloca la primera piedra, sobre la cimentación contigua y a la parte oriental de la primera iglesia, correspondiendo los planos a un templo de tres naves, neoclásico, con columnas de orden toscano en cantería azul de la Madre del Agua, y un cimborrio sobre el centro del crucero. El frontis se compone de un primer cuerpo de orden toscano, con columnas empotradas y de un segundo dórico con pilastras, dos torres y en el centro un remate jónico, según describe Domingo Déniz Grech.

Cuarenta y ocho años transcurrieron hasta el fin de la que por su majestuosidad y grandeza fuera llamada “ iglesia catedralicia “, hecha con el sabor de la alegría y de las lagrimas de un pueblo creyente, enardecido en el ejemplo de aquellos patricios que encabezara el ínclito Esteban Ruiz de Quesada. Y de las canterías de los Cabucos, del pueblo o de las de Grecia y Madre del Agua, hombres, mujeres y niños, con sol y lluvia, en las noches de luna, fueron acercando la piedra preciosa que poco a poco les acercaba también al cielo. El 23 de Julio de 1824 era bendecida la mitad de la iglesia y al día siguiente, víspera de Santiago celebrábase la primera misa. Un año después está concluida la obra que será consagrada, justo una centuria más tarde, en 1926 de manos del obispo Serra Sucarrat.

Valorada en aquellos tiempos en más de cuatro millones de reales de vellón, dejó su levantamiento, junto a la alegría de muchos, la amargura de no pocos, que no pudiendo afrontar los préstamos contraídos, perdieron casas y haciendas, “ acaso por haberse emprendido más suntuosa que a lo que se extendía el número y posibilidad de este pueblo.

A la fortuna de haber estado regentada siempre por párrocos prestigiosos, amantes de la belleza artística y de generoso desprendimiento, muchos de ellos, para con sus precunios particulares, debe la iglesia de Santiago de los Caballeros, el inmenso tesoro patrimonial de ornamentos, retablos e imágenes que tanto esplendor dan a las grandes solemnidades y procesiones, realzadas últimamente con las fiestas jubilares.