La Montaña

Preciosa vista de la Montaña en los años primeros del siglo XX.

 Derecha vas, en éxtasis de altura
como flecha con alas de viajeras
y a las puertas del cielo eres bandera
tremolando orgullosa la hermosura.

( Del poema la Montaña )


No ha de preguntar el viajero cómo llegar a Gáldar, viniere de donde viniere, sea por la mar, sea por los caminos de tierra firme, le saldrá al encuentro, mensajera de bienvenida y hasta donde alcance la mirada, la inconfundible y majestuosa silueta de su Montaña.
Solitaria, de empinada y azabache desnudez por más de cuatrocientos metros parece vigilar, cual impertérrito centinela atlante, los verdes llanos y vegas de los dos concejos que sestean apacible a la sombra de las torres de Santa María de Guía y del Señor Santiago de los Caballeros.

La Montaña de Gáldar, así aparece nominada en los contratos de vigilancia firmados en el siglo XVI por el propio Alcalde de Guía, así la reseñó Sabino Berthelot en el primer tercio del XIX al levantar in situ sus Cartas Topográficas, así ha sido pintada y hecha verso y así la han conocido siempre propios y extraños aún sabiéndola compartida, es el cono volcánico de mayores dimensiones de la Isla, originando su formación el cierre de la salida al mar del barranco que baja de las cumbres del municipio, alargando su recorrido hasta la playa de Bocabarranco después de rodearla por su margen derecha y orillar por la izquierda la exuberante Vega que formara sus sedimentos, siguiendo curso abajo por los aledaños de Amagro

Aunque, más por un ardiente y patriotero celo que por el rigor histórico, se tienen por acaecidos en sus laderas trascendentales episodios de la Conquista con notoria confusión de lugares y protagonistas, si es cierto que la Montaña ha sido en todo momento referencia especial en la existencia de la que fuera sede capitalina del guanartemato. Acaso, ella diera origen al primitivo toponimo Agaldar en uno de sus posibles arranques semánticos,” lugar junto o detrás de la Montaña “. Asimismo, incomparable mirador estratégico y prolífica en espacios y abrigadas cuevas naturales, fuera determinante para el asentamiento en sus entornos más protegidos del núcleo poblacional más importante de la Gran Canaria prehispanica y hoy esplendorosa urbe hospitalaria y laboriosa. Ella es su santo y seña, su marca de identificación, su bandera.

Desde su afilada cima gigantescas hogueras, visibles desde Arucas y la Isleta, alertaron en el pasado y en apremiantes circunstancias de la presencia de embarcaciones enemigas, constantes rondadoras de estos mares al acecho del cabotaje insular o de los galeones de la ruta americana. De aquellas temidas epidemias y plagas que tantas veces diezmaron pueblos y campos. Brillantes luminarias que anunciaban a los cuatro puntos cardinales el principio de las fiestas de Santiago.

Fue el del Calvario el primer caserío de la Montaña y hace alusión su toponimia a las tres grandes cruces de tea a cuyos pies, en otros lejanos entonces, descansaba el Cristo yacente del cortejo procesional que en la tarde del Viernes Santo salía del convento franciscano de San Antonio de la Vega. Consolidado en apenas siete años a finales del sigo XIX y principios del XX en los altos del Real de San Sebastián, debe su origen a la gran avalancha de obreros venidos de todos los pueblos que ante la demanda de trabajo por la euforia del momento y las facilidades dadas por el Ayuntamiento para la edificación de viviendas, decidieron fijar definitivamente la residencia en Gáldar.

Al pasar de los años, un próspero desarrollo sube también las oscuras rampas. Los estrechos caminos abiertos para el paso de carretas hasta los estanques, se van tomando, de arriba a bajo y de derecha a izquierda, en un laberinto de calles y casas que irán dando un anárquico colorido a las faldas medias de La Montaña y cambiando periodicamente su estampa panorámica. Crecerá espesa la ampulosa barriada a la que da su propio nombre, mientras, desparramados a uno y otro lado, Becerril y Rojas, La Cañada Honda y las Canteras con sus Lomos, cerrarán el apretado cinturón que la rodea.

A partir de los años treinta, el proyecto de urbanización que por encargo del Ayuntamiento elaborara el ingeniero y militar galdense D. Antonio González Medina cristalizará en la larga lista de mejoras llevadas a feliz término. Se plantan árboles, llega el agua a los pilares públicos, se electrifica el caserío, se piden escuelas, se empedran y rotulan calles con nombres y apellidos de históricos e ilustres personajes y abren puertas pequeñas y modestas industrias y artesanías. Ilusionadas mejoras a las que darán remate el C.P. Alcalde Diego Trujillo, los bloques de viviendas sociales y la preciosa iglesia de Ntra Sra. del Rosario de Fátima, milagro solidario de una laboriosa comunidad, digna heredera de aquella cuyos brazos convirtieron en vergel las mejores tierras de Gáldar, recios con la sal y el sol de las Caletas y Sardina, con el labrar de la piedra dorada que mantiene en pie la iglesia de Santiago, el teatro o el que fuera, en el decir popular, Convento de la Barbada.

Acaso sea la Montaña de Gáldar un don del cielo para quienes la tienen por suya o los que la comtemplan por vez primera, para escritores y músicos, pintores y poetas. Más, también ha sufrido sus iras. Ya por la propia naturaleza, ya por la desidia humana. Que no está olvidado el cuajado aguacero que en el otoño de 1826 descargó en sus laderas y arrastrara a la mar todas las tierras de pastoreo y para sembrar entre Caleta de Arriba y Bocabarranco. O los días aciagos del cólera de 1851 en que fuera convertida en sala de cuarentena la mítica Cueva de Diego de Herrera. Las aterradoras andanadas del cañonero Arcila en aquel primer mes de Julio de la Guerra Civil española, demandando la entrega del Ayuntamiento Socialista recién constituido.