EntradaGaldar

“ Cómo no habrá de ser mi voz sincera
cuando digo que te amo Gáldar mía
si enredada en mis ojos noche y día
es tu imagen mi dulce compañera. “

                       ( Del poema  A  Gáldar ) 
 


Extensa en tiempos remotos y venida a menos por las divisiones jurisdiccionales, ocupa Gáldar sobre el noroeste grancanario, el espacio natural que, en forma de triángulo isósceles, sube desde la ribera atlántica hasta alcanzar, en empinada angostura, la vieja caldera y los pinos patriarcales que ponen fin a la ascensión del municipio.

Antaño, cabecera de la isla y punto de destino de todos sus caminos, porque fuera escrita en ella la Historia primera, ha recuperado Gáldar, gracias a su pujante riqueza económica y humana el protagonismo de sede principal de la comarca y ser referencia obligada en el cotidiano quehacer político y cultural de Gran Canaria.

De su ayer más cercano, con sus nostálgicas y sentidas vivencias, pretende dar testimonio la presente recopilación gráfica, imágenes entrañables de sus gentes y costumbres, su riqueza patrimonial, la belleza de sus incomparables parajes. Recuperadas páginas a veces anónimas, del acontecer día a día en el bendito solar de la nacencia para regocijada contemplación de las generaciones de ahora y de mañana.

Con aromas del tiempo que ya no es, haya nacido acaso, en lo más hondo del corazón, el eco de este sencillo Romance de la magua.


Cuando ya el sol de la tarde
tiene media mar andada
y pinta caprichos las sombras
en aceras y fachadas,
me gusta rondar el pueblo
aunque me duela la magua.
Voy de una calle a otra calle
y la pena me acompaña,
que enredado en los recuerdos
y en viviendas despertadas,
pase de largo y no encuentro
las cosas que ayer estaban.
Pues son distintos los nombres,
los balcones y ventanas
y aquellas puertas de tea
de pino de Tamadaba,
con negra aldaba y gatera,
de par en par siempre francas.
Ya no hiere el bermellón
del tejado de la casa,
ni le asoman los veroles
como si fueran guirnaldas,
bocas de caños que digan
las aleluyas del agua.
Y no bailan los trigales,
ni amapolas encarnadas,
ni salta hermosa la alpispa
en la tronera callada,
ya no rezonga el molino,
ni el arado ni la fragua.
Que le falta a los caminos
el tarajal y la zarza,
a los alpendes la yunta
y al labrador la potranca,
el verde maizal al campo
y el pedregal la calandria.

No lavan ya las mujeres
en la acequia de la Cuarta,
ni cantan coros de niñas
los romances en la plaza,
ya no pasean los novios
ni repican las campanas.
Y no vuelan las cometas
sobre al barranco y las Tapias,
ni se juega con los trompos,
con almendras y castañas,
ni despiertan azahares
tras los muros con al alba.
Ya no se sientan los viejos
junto a la esquina asocada,
ni hablan de viajes y guerras,
diluvios y marejadas,
de mañanas domingueras
con resaca de parrandas.
Y se perdio la mantilla
marfileña y tan canaria,
los alumbrados de Mayo
y tocatas de la Banda,
la vieja Misa del Gallo,
del Corpus las enramadas.
Ya no se pelean las piñas
bajo la higuera y la parra,
ni se fuma en la cachimba
ni se llevan alpargatas,
no se relumbran con el sol
las trenzas de las muchachas.
Se acabaron las tertulias
al final de la jornada
de la tienda y la cantina,
del Casino y la farmacia,
en la vieja barbería
y en los bancos de la plaza.
Ya no embelesan el sueño
las rondas y serenatas,
ni se bebe ron del Charco
ni al luchar le queda maña,
ya no bajan por el Pino
las familias a la playa.

No huele el aire a puchero
ni a tierna carne embarrada,
potajes y cochafiscos,
torrijas y rebanadas,
pan de leña y gofio ardiente,
a buena leche escaldada.
Y no pregonan pescado
de Caleta por las casas,
ni compran pollos o sacos
los marchantes de las cabras,
ya no remiendan zapatos
ni hacen cacharros de lata.
Y no corren los barrancos
cuando llega la otoñada,
ni quedan charcos tupidos
de ñameras y berrazas,
ni anuncia ya el capirote
el nacer de la mañana.
Ya no se escucha en Santiago
el timple ni la guitarra,
la bulla del molinillo
y ventorrillos de palma,
ni viene el carro amarillo
con helado y granizada.
Calle arriba y calle abajo,
dolorida la mirada,
sigo en silencio buscando,
en medio de la añoranza,
aquellas cosas de ayer
que ya no están donde estaban.
Subo despacio en la noche
por la vieja calle Larga
y a la luz de los faroles
del ancho cielo de Gáldar,
un no sé qué de tristeza
me va tirando del alma.

Sebastián Monzón Suárez